Estas son las culpables de mi ausencia del blog...
El vecindario... poco a poco voy llegando a su término
Recuerdo el segundo vecindario donde viví...
ahora aquella zona está toda construida y urbanizada, calles, aceras, hospital, colegios... el progreso ha llegado al barrio
pero cuando yo vivía allí tan solo eran una cuantas casas de adobe en hilera, con un camino de tierra delante, una reguera y unos inmensos prados
Para cruzar la reguera había un tablón hecho del tronco de un árbol del que me caí muchísimas veces con la bici aterrizando en el agua llena de líquenes verdosos y gelatinosos que se adherían a mi pelo llevándome la regañina de mi madre cuando llegaba a casa toda sucia, mojada y llena de cardenales...
del otro lado del riachuelo había praderas que se extendían a todo lo que daba la vista de una niña de 6 años, donde se podían encontrar juncos con los que nos entreteníamos haciendo pulseras o tiaras para el pelo, charcas llenas de renacuajos y vacas pastando al sol.
De vez en cuando nos encontrábamos con que alguna había tenido algún ternerito, y nos quedábamos allí todos los chiquillos embobados mirando como intentaba liberarse de aquella telilla transparente y ponerse en pie.
Las praderas era nuestro lugar de recreo. Nos pasábamos allí todo el día jugando hasta que el sol incendiaba las nubes del horizonte al ocaso y se ocultaba tras las montañas que rodean el valle.
Luego, al anochecer regresábamos a casa.
Mi casa era una antigua casa de adobe que había pertenecido a mi tatarabuela, y que había sido dividida en varias viviendas.
Nosotros vivíamos en una de la esquina. Tenía dos plantas y un desván, donde nunca subí y era fuente de mis pesadillas..., y no tenía agua corriente, ni baños, aseos...
Para bañarnos mi madre nos metía en un barreno y nos echaba agua por encima para enjuagarnos, que previamente había calentado en el pequeño depósito que tenía la cocina de leña, y en verano en el lavadero donde ella lavaba nuestra ropa, ponía dentro de la pila agua del pozo y por la tarde estaba ya caliente para pasarnos allí toda la tarde chapoteando y riendo en las calurosas y perezosas tardes del estío.
El pozo estaba al lado, y muchas veces nos asomábamos con cuidado de no caer por el brocal, y veíamos adheridas a sus paredes de piedra llenas de helechos algunas salamandras de brillante piel. También en alguna ocasión había en el fondo nadando alguna carpa de piel moteada...
La luz en aquella época también era un bien escaso en la zona, y más de una noche cenamos a la luz de las velas en la cocina de suelo de piedra, sentados en un largo banco mientras mi madre ponía sobre la mesa de madera cosas ricas y apetitosas que había estado cocinando en la cocina de carbón, mientras las sombras producidas por las llamas danzaban a nuestro alrededor.
Todavía puedo cerrar los ojos y recordar el antiguo vecindario...
Ya nada existe, ni la casa, ni el pozo, ni la reguera ni los prados... pero existen en mis recuerdos
¿qué os parece como va el bordado del vecindario? ¿os gusta?
Que tengáis un feliz día chicas
En el rocío de las pequeñas cosas, el corazón encuentra su mañana y toma su frescura. Khalil Gibran.